domingo, 17 de junio de 2018

Partes interesadas en crisis, en sistemas de gestión fallidos


Hace poco menos de 10 días el ministro de Interior de Italia ordenó el cierre de sus puertos a una embarcación de la ONG SOS Méditerranée con 629 personas a bordo, proveniente del Norte de Africa.   Entre los inmigrantes había 123 menores no acompañados (11 de ellos niños pequeños) y siete mujeres embarazadas.

Se trata de "partes interesadas" que huyen de Sistemas de gestión de países en guerra de Asia y Africa.  Las Partes interesadas son "personas u organizaciones que pueden afectar, verse afectadas o percibirse como afectadas por una decisión o actividad", en este caso de los gobiernos (si los tienen) de esos países.

En un artículo publicado en el diario Clarin del 17 de Junio de 2018, Marcelo Cantelmi escribe que "El auténtico drama no es a dónde buscan llegar esos inmigrantes, sino de dónde y de qué están huyendo".


"Europa esta partida bajo el aluvión persistente del drama de los refugiados y un emergente xenófobo creciente, alimentado por la crisis económica iniciada a fines de la década pasada que fulminó las expectativas de las clases medias. Los países del norte critican a los del Mediterráneo por su supuesta debilidad para detener a los desesperados. Y los de la costa, por la baja solidaridad de sus socios. De modo que se deja pasar a la muchedumbre de migrantes hacia el norte o se los condena a su suerte donde llegan porque son ese otro que no merece estar entre ellos.

Bruselas había planteado hace un par de años que se aumente, al menos, a 160.000 el número de refugiados que el Continente esté dispuesto a aceptar. Pero son pocos, es demasiado tarde y los gobiernos cada vez se cierran más. El caso del Aquarius, con seis centenares de personas que debió aceptar España tras el rechazo de Italia, es un ejemplo modélico de este brete sin salida. El nuevo gobierno xenófobo italiano, que regula el neofascista Matteo Salvini, cerró sus puertos y visibilizó este caso para exhibir una dureza que fue celebrada al otro lado del Atlántico por Donald Trump, otro líder de la ignominia moderna contra el extranjero diferente y necesitado.

La propuesta de cuotas fijas para contener este aluvión es resistida por Alemania, que ha venido planteando la opción de una asignación voluntaria, por cierto sin éxito y quizá sin esperarlo. El desconcierto europeo se monta sobre una ceguera nada ingenua respecto al origen y responsabilidades propias por lo que ocurre en los sitios que hace que estos desdichados deban huir.
Los refugiados son, en su mayoría, sirios que escapan de un país atrapado en una sangrienta guerra que ya lleva siete años y ha dejado cientos de miles de muertos. Ese conflicto esta armado por los intereses que disputan sobre el país árabe aliados de Occidente contra Irán y su socio ruso. También huyen de Libia, donde Europa y Estados Unidos se felicitaron tras la caída en 2011 del dictador Muammar Khadafi, pero desaparecieron a la hora de ayudar a ese pueblo a construir su futuro. La crisis económica explica que en el amontonamiento también haya oriundos de Balcanes, Kosovo y multitudes de africanos de fronteras aun más lejanas.

Como en Libia, la mayoría de las dictaduras derrocadas en el norte africano, desde Túnez hasta Egipto, travestida hoy con dudosos ropajes democráticos, fueron históricos socios de Occidente. El canje era impunidad a cambio de custodiar en esas fronteras los intereses estratégicos de este lado del mundo. Cuando estallaron las rebeliones contra las tiranías por el alza brutal del costo de los alimentos a raíz de la crisis global de 2008, europeos y norteamericanos se involucraron pero solo para arrebatar las victorias inevitables a las milicias populares rebeladas contra el despotismo.
En ese escenario brutal se sumó el terrorismo del ISIS, un ejército mercenario a la carta, creado y fondeado por los grandes capitales de la región para disputar a Irán el control de Siria y reducir su influencia. El daño colateral de esa lucha de intereses es esta gente que si se queda muere y si se va y sobrevive es convertida en una masa tóxica en aquellos sitios donde estira la mano buscando ayuda.

La única solución a este drama es un programa de ayuda que revierta en sus lugares de origen los océanos sociales que alimentan fundamentalismos, terror y exilios. Eso implica un compromiso de tamaño histórico. Lo que la ceguera europea, y no solo la del Continente, busca negar es el hecho de que no es posible dar vuelta la cara a este fenómeno. De un modo o de otro, como la realidad demuestra, acaba perforando las fronteras."


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