Se sabe (y se comentado mucho en este blog) que la base de cualquier sistema de gestión es la prevención, la proactividad, el anticiparse a lo no deseado (el desvío, lo no conforme) antes que la reactividad frente a los hechos consumados.
Lo sucedido el 2 de abril de 2013 en la ciudad de Buenos Aires, en La Plata y otras ciudades del conurbano es un ejemplo de lo que sucede con los sistemas de gestión cuando tienen una pata floja, cuando no están preparados para responder a las contingencias. Nada nuevo -quizás- si nos remitimos a las recientes tragedias de Once y Cromagnon, para no ir demasiado lejos.
Porque está claro que aún con mucha prevención y proactividad, el mejor sistema puede fallar. Es más, debería estar preparado para ello. Porque lo grave no es tanto que haya llovido una barbaridad, que haya superado por mucho la media de abril o que no hubiera antecedentes desde 1906 como se dijo. Tampoco venía al caso discutir ayer (aunque sí es relevante) si las obras se habían hecho o no, si estaban o no los avales del necesario crédito para encararlas o si el Jefe de gobierno estaba o no de vacaciones.
Lo grave, lo extremadamente grave, es que (como en Once o Cromagnon) el plan de emergencias previsto para mitigar los daños hizo agua -literalmente- por todos los costados. Falló la comunicación, sobró improvisación, faltó coordinación entre los esfuerzos de la Ciudad y la Nación. Más allá de las habituales respuestas del SAME o Defensa Civil, la reacción básica de quienes conducen el sistema de gestión fue ... la ausencia. No se veían funcionarios tomando decisiones en las imágenes de los noticieros, no se publicaban teléfonos para pedir ayuda, no se movilizaba ayuda rápidamente. Eso sí: a la noche todos aseguraban (de uno y otro lado) haber estado "desde las 6 de la mañana" encabezando las acciones.
La esencia de cualquier plan de contingencia o emergencia es la comunicación, la unidad de mando, la coordinación de los esfuerzos. A todo eso se lo llevó el agua ayer. Lo peor es que no aprendemos: como con Once y Cromagnon, todos sabemos que volverá a pasar.
Algo similar suele sucedernos en nuestras organizaciones: más allá de planificar bien o mal, cumplir o no lo planificado, normalmente no estamos preparados para lo contingente, lo que nos llega sin aviso: aunque muchas veces no sea justo llamarlo imprevisto o accidente ...
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